Tal vez, por primera vez, puedo encontrar un
fallo de inmensa envergadura al sentido de considerarme un artista. La
capacidad de amar, sufrir y, aun así, seguir buscando día a día el amor me ha
dado la satisfacción de crear mundos paralelos, versos de métrica y rimas perfectas,
acordes armoniosos llenos de esperanzas o desolación, dibujos desprolijos en
lapicera y algunos animalitos hechos de Chicitos y palitos en cumpleaños
infantiles. Sin duda mi afición al
sufrimientos no es mas que la de un hombre que busca desesperadamente la
confirmación de que está vivo, que el amor existe y son lapsos pequeños en una
eternidad de desencuentros y lagrimas pero que marcan y quedan prendidos en
nuestra piel para toda la vida. Como dijo Mario Benedetti (y si no le dijo,
seguramente lo pensó): “cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de
relativo es el tiempo”. Lamentablemente en mi deseo de algún día, por fin, ser
escritor; es común que se me acuse de mentiroso cuando cuento algún
acontecimiento de esos que escapan a la razón. Si se habla de milagros con un
santo se lo escucha con atención y cabe la duda de si ocurrió o no. Pero con un
escritor es distinto. Puedo decirle a mis amigos, “Mira esa vaca volando” y en
vez de mirar al cielo van a explicarme porque biológicamente es imposible que
una vaca vuele, como si ignorara la anatomía del animal de granja.
Para todos aquellos que aún no han abandonado este texto, les voy a
pedir cierta credibilidad a los hechos. Para los más fanáticos de la literatura
fantástica un poco de discreción y sobretodo que no comparen este texto con “El
Otro” de Jorge Luis Borges. (Principalmente porque es una ofensa a Borges que
de verdad es un excelente escritor, y me modero en la calificación por no caer
en la problemática y discutida connotación de si es o no el mejor). No voy a
negar las similitudes entre ese texto y este. Si de algo estoy seguro es que
los hechos que narra Borges son verídicos, al igual que los míos. Ya que a
pesar de diferenciarnos en que el era un genio y yo un idiota, los dos podemos
igualarnos en la incapacidad de crecimiento. Ambos pasamos nuestras vidas
esperando. Esperamos los amigos, esperamos los silencios, esperamos la
felicidad, esperamos el amor, y en esos días que el vació en nuestro pecho
genera un vértigo espantoso, esperamos hasta el sufrimiento. Lo bueno de esto
es que las almas sensibles no se cansan de esperar, y permanecen estáticas,
mientras el resto del mundo avanza, y a veces los rezagados podemos ver cosas
que los demás no. Y cuando esperamos mucho, es más probable encontrarse con
algo que puede transformarnos de un modo cabal.
Ahora sí, quiero aclarar que esta densa introducción (o por lo menos
densa para la gente que no lee demasiado) no es en vano, ya que seguramente
logré espantar a esos seres que tanto detesto y que les importa un comino lo
que les quiero contar. Tal vez de esta forma logre evitar comentarios cómo “A
todos nos pasa”, “Y bueno macho, al mal tiempo buena cara” o esas respuesta que
no tienen sentido. Hace un par de noches tuve la oportunidad de contarle a dos
mujeres inteligentes y bellas, y a dos muchachos nada inteligentes, ni bellos,
lo que me sucedió y las respuestas fueron aún peores: “¿Qué consumiste?”, “¡Ah,
es una metáfora!” y la peor de todas: “¿Puedo usar tu idea para una canción?”.
Sin duda el buscarle la vuelta de tuerca a las cosas no es bueno cuando se
busca credibilidad en un suceso inexplicable.
Muy bien, Partamos del punto de que aunque
parezca, esto no es un cuento Fantástico.
1.
El cuento fantástico
narra acciones cotidianas, comunes y naturales; pero en un momento determinado
aparece un hecho sorprendente e inexplicable desde el punto de vista de las
leyes de la naturaleza. En mi texto existe un encuentro imposible, al menos que
la ley de espacio y tiempo sean violadas.
2.
En el cuento
fantástico, las situaciones provocan desconcierto e inquietud en el lector.
Espero que en mi texto también, Por lo menos me genero algún desconcierto e
inquietud al haberlo vivido en carne propia.
3.
En la mayoría de
los casos, sobretodo en cuentos narrados en primera persona, el escritor hace
hincapié en que los sucesos que va a contar a lo largo del cuento son reales.
En mi caso, Juro que es real.
Por suerte existe una diferencia. El propósito
del cuento fantástico es entretener y, a veces en grandes escritores como Edgar
Allan Poe, Lewis Carroll, Ray Bradbury, Oscar Wilde o H. P. Lovecraft, también
para reflexionar. Mi texto tiene otra meta. Es el grito desesperado de un joven
que no encuentra sentido de demasiadas cosas. Que tiene miedo a morir sin
encontrar la felicidad, El grito de un hombre cansado de su entorno, de la
hipocresía y la falta de hospitalidad que ve día a día en un tren colapsado de
gente a las siete y media de la mañana. Sin duda el mensaje estará entre
líneas, solo para que aquellos que realmente sepan leer y tengan algo de cariño
hacia mi persona, vengan a mi encuentro a dialogar un rato y tomar unos mates.
Todo empezó
cuando me di cuenta de lo solo que estaba, de las pocas personas que me rodeaban
y sobretodo de las pocas personas que me llenaban de esas pocas personas que me
rodeaban. Mi vida daba un vuelco. Antes no me afectaba la soledad, de hecho la
disfrutaba al máximo. Ahora me doy cuenta que todo el tiempo solo buscaba
distraerme en algunas canciones, novelas, cuentos o en la computadora. Tal vez
lo peor fue necesitar un abrazo y que no haya nadie para ofrecérmelo. Fue
entonces que comencé a buscar respuesta a toda duda que flotaba en mi cabeza.
Soy de los que creen que las preguntas son puertas en habitaciones, y cada
puerta abierta da una habitación más grande, con muchas más, y la única forma de no asfixiarse es ir
buscando cada día la forma de avanzar de habitación en habitación. Lamentablemente
las pocas puertas que abría daban a un muro y el oxigeno ya era escaso. Las
búsqueda de respuestas me llevaron por vertientes contradictorias: filosofía,
ciencia y religión, tomando conceptos plausibles que mi mente de un modo poco
sofisticado y bastante forzado intentaban unir para crear un cuadro sinóptico.
Llegué a dudar si alguna vez tuve personalidad o sentido común, y me causaba
espanto el creer que, a pesar de ser joven, era demasiado tarde para hacerlo.
Mi espíritu divagaba de un lado al otro, por momentos creía que mis convicciones
e ideas eran definitivas y aquellos que contradecían mi conciencia eran ajenos
o enemigos. A veces sentía cierta compasión por ellos, intentaba comprenderlos
y así crear un mundo de tolerancia donde todos podamos tirar para un mismo lado
y así todos los ríos desemboquen en el mismo mar. Obviamente solicitaba el
mismo comportamiento de los demás hacia mi persona. Todo esto no creaba otra
cosa que incertidumbre y desconfianza de un futuro premeditado o factible. Para
especificar digamos que dentro de mi alma regía la capacidad lógica de tomar
dos proposiciones, unirlas con un conector lógico y así elaborar una
conclusión, y al mismo tiempo aquella frase religiosa inculcada por familiares,
sacerdotes y tutores "ama a tu prójimo." Lentamente, esta yuxtaposición
de mi espíritu creó dos personalidades independientes y enemistadas que
habitaban el mismo cuerpo. La incapacidad de odiar al prójimo, me llevo a la
conclusión que debía odiarme a mi mismo, la imposibilidad de vivir
unilateralmente cada hecho de mi vida, terminaron desfragmentando mi alma. Es
decir, ante cada decisión importante, la personalidad lógica elegía un camino
muy distinto que el que tomaba mi personalidad religiosa, ante una bifurcada
tomaba ambos caminos, y mi cuerpo oscilaba entre dos mundos paralelos, ambos
reales, ambos ficticios. Este desmembramiento de mi alma me llevo a ser incapaz
de diferenciar lo verosímil de lo fantástico, la vida real de las suposiciones
y la verdad de la mentira. Toda posibilidad cabía en mi persona, desde lastimar
a muerte al ser más hermoso y amado, hasta contribuir al beneficio de mis
enemigos. Al poco tiempo ya era una actividad común y descalificante llevándome
a ciertos intentos de suicidio, a la privación del goce personal y al boicot de
mi propia felicidad siendo una persona que a la hora de elegir prefería el
sufrimiento, la soledad y el estancamiento. Todas las almas unilaterales que me
rodeaban no podían ponerme otros calificativos que mentiroso, idiota o maligno.
Toda visión a futuro era negativa y, hasta podría afirmar, egoísta en una
soledad eterna.
Una noche
escribí en un pequeño pedazo de papel una nota: “Querido Emanuel: El motivo de
esta carta es para un posible encuentro dentro de veinte años, para conocerte,
para aclarar ciertas dudas y poder descubrir cuanto cambiamos. Espero verte. Estaré sentado en el mástil de
nuestra plaza favorita. Por motivos de ignorar tus obligaciones y horarios
tengo pensado esperarte a las nueve de la mañana y a las diez de la noche.
Saluda Atentamente, Emanuel.” La guardé en mi billetera y esperé, como quien
espera una novia en una esquina planeando cada frase utilizada en el momento
del encuentro.
A las nueve de
la mañana estaba allí, sentado en el mástil. Muchos preguntaran porque no
esperé veinte años. La respuesta es sencilla, o no tanto. Según las leyes
físicas, y de esto se bastante, para que un encuentro sea posible es necesario
dos personas, o móviles o lo que sea. En mi caso era necesario que me presente
yo mismo, hoy, conmigo dentro de veinte años. Por lo consiguiente yo tenía que
ir en los horarios acordados. Si o si. Y esperarme a mi mismo (al yo de veinte
años mayor). Otra condición es estar en el mismo lugar y al mismo tiempo.
Lamentablemente, el lugar lo compartíamos, pero el tiempo era imposible. Por suerte
considero al tiempo como una forma de medir ciertas cosas y no como algo
arbitrario. Una película de tres horas es una eternidad y según Carlos Gardel
“Veinte años no es nada”. Sin duda el tiempo es una sensación, y cuando alguien
desea algo realmente, ni el tiempo puede
hacer algo para evitarlo. Al cabo de tres horas de esperar decidí abandonar el
punto de reunión y fui a mi casa intranquilo a continuar con mis tareas. Las
dudas deambulaban por mi cabeza. “¿Acaso me confundí y no es posible violar las
leyes del tiempo?” “¿Puede ser el tiempo algo tangible?” “O peor, Tal vez
dentro de veinte años me haya olvidado de mi mismo, o no tenga respuestas para
darme, o el mástil de la plaza favorita ya no sea el mismo mástil, ni la misma
plaza”. Decidí tranquilizarme pensando que simplemente no podía presentarse al
horario acordado .Por lo tanto solo me quedaba esperarlo de noche.
A las diez
menos diez estaba sentado en el mástil, la plaza era un desierto, extraño por
cierto. A lo lejos pude vislumbrar una presencia de contextura robusta y de
escasa altura. Me emocioné un poco. Pocos hombres no superamos el metro
setenta, por lo tanto las posibilidades estaban intactas. El caballero se
acercó a mí. Dude un instante. Las luces tenues de la plaza me dejaban ver a un
hombre, parado frente a mi, estático y en silencio. Su cabello era prolijo,
negro con algunos hilos de plata. La cara estaba tan desnuda al no haber un
pelo facial que no sabía determinar si era o no mi cara, su barriga mostraba
falta de ejercicio y exceso de comida basura, unos lentes no me permitían ver
sus ojos para compararlos con los míos. Solo lo miraba sorprendido y en
silencio, fue entonces que un rato mas tarde sonrió. Vi como sus labios
formaban una estúpida y horrible sonrisa de costado, igual que la mía. También
observe aquellas manchas en los pómulos y entre las cejas, producto de una
maldita alergia al sol. Le sonreí con timidez y agache la mirada. Ninguno de
los dos estábamos sorprendidos de haber burlado al tiempo. Algo nos decía que
no era una hazaña, como adivinando el caballero me dijo: “El Hombrecito del
azulejo hizo algo por lo cual sentirse orgulloso, Burlar a la muerte es mas
digno”. Se sentó a mi lado y me ofreció un parisiennes. Acepté gustoso, y le
pedí fuego. No tenía. Saque mi billetera y agarre algunos fósforos que guardo
ahí, y un pedazo de la parte lateral de la caja con la cual se encienden
(siempre quise saber como se llama eso). El hombre rió, y murmuro “El sistema
de emergencia, no puede faltar”. Sin duda era yo, la voz era familiar, solo un
poco más triste y lenta. Finalmente nos soltamos y hablamos de varias cosas. De
nuestro hijo, de responsabilidades, de literatura, de política, de futbol, de
una muchacha porteña de belleza infinita, de ética y de otras mujeres casi olvidadas.
Nos planteamos de la posibilidad de poder vivir mas de una oportunidad, si era
posible que a la hora de elegir un camino en la vida, las personas podía
fragmentarse y tomar ambos caminos, y que la muerte no sea mas que fragmentos
de una persona. Como un vaso que se destruye contra el suelo.
Ya entrada la
conversación y con cierta confianza pude confirmar esa teoría. Ese hombre no
era más que un fragmento de mi persona y pocas cosas podíamos compartir. Tal
vez tenia algunas respuestas, pero si de algo estaba seguro era que ya no las
quería escuchar y el tampoco deseaba dármelas. Todo se transformaba en una
vulgaridad llena de chistes triviales y de historias trilladas, finalmente
acordamos en nunca más volver a encontrarnos. Se despidió diciendo que tenia
que visitar a su mejor amigo, me sonrió confirmando que la verdadera amistad
sobrevivía al tiempo y fue suficiente para saber que nunca iba a quedarme solo.
Para despejar cierta duda agrego: “Tal vez tenga algún nuevo libro del que
hablar, o algún disco de rock progresivo que escuchar. Seguro terminamos
hablando de futbol”. Antes de marcharse nos miramos a los ojos, mi futuro y yo,
y evocamos a un pasado que creíamos ausente. Descubrimos un niño en nuestras
miradas y por un rato nos pareció verlo, jugando a las bolitas, con las
rodillas llenas de tierra y las mejillas rojas de sol. No nos saludamos ni con
la mano ni con un beso; Solo un adiós distante. Teníamos miedo de tener
contacto físico por ignorar si alguno de dos no era real. El hombre se marcho
con paso chueco y sollozando, igual que yo. El por la persona que una vez fue,
yo por la persona en la que me voy a convertir.
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