miércoles, 30 de abril de 2014

El encuentro 1





Tal vez, por primera vez, puedo encontrar un fallo de inmensa envergadura al sentido de considerarme un artista. La capacidad de amar, sufrir y, aun así, seguir buscando día a día el amor me ha dado la satisfacción de crear mundos paralelos, versos de métrica y rimas perfectas, acordes armoniosos llenos de esperanzas o desolación, dibujos desprolijos en lapicera y algunos animalitos hechos de Chicitos y palitos en cumpleaños infantiles. Sin duda mi afición  al sufrimientos no es mas que la de un hombre que busca desesperadamente la confirmación de que está vivo, que el amor existe y son lapsos pequeños en una eternidad de desencuentros y lagrimas pero que marcan y quedan prendidos en nuestra piel para toda la vida. Como dijo Mario Benedetti (y si no le dijo, seguramente lo pensó): “cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”. Lamentablemente en mi deseo de algún día, por fin, ser escritor; es común que se me acuse de mentiroso cuando cuento algún acontecimiento de esos que escapan a la razón. Si se habla de milagros con un santo se lo escucha con atención y cabe la duda de si ocurrió o no. Pero con un escritor es distinto. Puedo decirle a mis amigos, “Mira esa vaca volando” y en vez de mirar al cielo van a explicarme porque biológicamente es imposible que una vaca vuele, como si ignorara la anatomía del animal de granja.
            Para todos aquellos que aún no han abandonado este texto, les voy a pedir cierta credibilidad a los hechos. Para los más fanáticos de la literatura fantástica un poco de discreción y sobretodo que no comparen este texto con “El Otro” de Jorge Luis Borges. (Principalmente porque es una ofensa a Borges que de verdad es un excelente escritor, y me modero en la calificación por no caer en la problemática y discutida connotación de si es o no el mejor). No voy a negar las similitudes entre ese texto y este. Si de algo estoy seguro es que los hechos que narra Borges son verídicos, al igual que los míos. Ya que a pesar de diferenciarnos en que el era un genio y yo un idiota, los dos podemos igualarnos en la incapacidad de crecimiento. Ambos pasamos nuestras vidas esperando. Esperamos los amigos, esperamos los silencios, esperamos la felicidad, esperamos el amor, y en esos días que el vació en nuestro pecho genera un vértigo espantoso, esperamos hasta el sufrimiento. Lo bueno de esto es que las almas sensibles no se cansan de esperar, y permanecen estáticas, mientras el resto del mundo avanza, y a veces los rezagados podemos ver cosas que los demás no. Y cuando esperamos mucho, es más probable encontrarse con algo que puede transformarnos de un modo cabal.
            Ahora sí, quiero aclarar que esta densa introducción (o por lo menos densa para la gente que no lee demasiado) no es en vano, ya que seguramente logré espantar a esos seres que tanto detesto y que les importa un comino lo que les quiero contar. Tal vez de esta forma logre evitar comentarios cómo “A todos nos pasa”, “Y bueno macho, al mal tiempo buena cara” o esas respuesta que no tienen sentido. Hace un par de noches tuve la oportunidad de contarle a dos mujeres inteligentes y bellas, y a dos muchachos nada inteligentes, ni bellos, lo que me sucedió y las respuestas fueron aún peores: “¿Qué consumiste?”, “¡Ah, es una metáfora!” y la peor de todas: “¿Puedo usar tu idea para una canción?”. Sin duda el buscarle la vuelta de tuerca a las cosas no es bueno cuando se busca credibilidad en un suceso inexplicable.
          
Muy bien, Partamos del punto de que aunque parezca, esto no es un cuento Fantástico.

1.      El cuento fantástico narra acciones cotidianas, comunes y naturales; pero en un momento determinado aparece un hecho sorprendente e inexplicable desde el punto de vista de las leyes de la naturaleza. En mi texto existe un encuentro imposible, al menos que la ley de espacio y tiempo sean violadas.
2.      En el cuento fantástico, las situaciones provocan desconcierto e inquietud en el lector. Espero que en mi texto también, Por lo menos me genero algún desconcierto e inquietud al haberlo vivido en carne propia.
3.      En la mayoría de los casos, sobretodo en cuentos narrados en primera persona, el escritor hace hincapié en que los sucesos que va a contar a lo largo del cuento son reales. En mi caso, Juro que es real.

Por suerte existe una diferencia. El propósito del cuento fantástico es entretener y, a veces en grandes escritores como Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, Ray Bradbury, Oscar Wilde o H. P. Lovecraft, también para reflexionar. Mi texto tiene otra meta. Es el grito desesperado de un joven que no encuentra sentido de demasiadas cosas. Que tiene miedo a morir sin encontrar la felicidad, El grito de un hombre cansado de su entorno, de la hipocresía y la falta de hospitalidad que ve día a día en un tren colapsado de gente a las siete y media de la mañana. Sin duda el mensaje estará entre líneas, solo para que aquellos que realmente sepan leer y tengan algo de cariño hacia mi persona, vengan a mi encuentro a dialogar un rato y tomar unos mates.

Todo empezó cuando me di cuenta de lo solo que estaba, de las pocas personas que me rodeaban y sobretodo de las pocas personas que me llenaban de esas pocas personas que me rodeaban. Mi vida daba un vuelco. Antes no me afectaba la soledad, de hecho la disfrutaba al máximo. Ahora me doy cuenta que todo el tiempo solo buscaba distraerme en algunas canciones, novelas, cuentos o en la computadora. Tal vez lo peor fue necesitar un abrazo y que no haya nadie para ofrecérmelo. Fue entonces que comencé a buscar respuesta a toda duda que flotaba en mi cabeza. Soy de los que creen que las preguntas son puertas en habitaciones, y cada puerta abierta da una habitación más grande, con muchas más,  y la única forma de no asfixiarse es ir buscando cada día la forma de avanzar de habitación en habitación. Lamentablemente las pocas puertas que abría daban a un muro y el oxigeno ya era escaso. Las búsqueda de respuestas me llevaron por vertientes contradictorias: filosofía, ciencia y religión, tomando conceptos plausibles que mi mente de un modo poco sofisticado y bastante forzado intentaban unir para crear un cuadro sinóptico. Llegué a dudar si alguna vez tuve personalidad o sentido común, y me causaba espanto el creer que, a pesar de ser joven, era demasiado tarde para hacerlo. Mi espíritu divagaba de un lado al otro, por momentos creía que mis convicciones e ideas eran definitivas y aquellos que contradecían mi conciencia eran ajenos o enemigos. A veces sentía cierta compasión por ellos, intentaba comprenderlos y así crear un mundo de tolerancia donde todos podamos tirar para un mismo lado y así todos los ríos desemboquen en el mismo mar. Obviamente solicitaba el mismo comportamiento de los demás hacia mi persona. Todo esto no creaba otra cosa que incertidumbre y desconfianza de un futuro premeditado o factible. Para especificar digamos que dentro de mi alma regía la capacidad lógica de tomar dos proposiciones, unirlas con un conector lógico y así elaborar una conclusión, y al mismo tiempo aquella frase religiosa inculcada por familiares, sacerdotes y tutores "ama a tu prójimo." Lentamente, esta yuxtaposición de mi espíritu creó dos personalidades independientes y enemistadas que habitaban el mismo cuerpo. La incapacidad de odiar al prójimo, me llevo a la conclusión que debía odiarme a mi mismo, la imposibilidad de vivir unilateralmente cada hecho de mi vida, terminaron desfragmentando mi alma. Es decir, ante cada decisión importante, la personalidad lógica elegía un camino muy distinto que el que tomaba mi personalidad religiosa, ante una bifurcada tomaba ambos caminos, y mi cuerpo oscilaba entre dos mundos paralelos, ambos reales, ambos ficticios. Este desmembramiento de mi alma me llevo a ser incapaz de diferenciar lo verosímil de lo fantástico, la vida real de las suposiciones y la verdad de la mentira. Toda posibilidad cabía en mi persona, desde lastimar a muerte al ser más hermoso y amado, hasta contribuir al beneficio de mis enemigos. Al poco tiempo ya era una actividad común y descalificante llevándome a ciertos intentos de suicidio, a la privación del goce personal y al boicot de mi propia felicidad siendo una persona que a la hora de elegir prefería el sufrimiento, la soledad y el estancamiento. Todas las almas unilaterales que me rodeaban no podían ponerme otros calificativos que mentiroso, idiota o maligno. Toda visión a futuro era negativa y, hasta podría afirmar, egoísta en una soledad eterna.

Una noche escribí en un pequeño pedazo de papel una nota: “Querido Emanuel: El motivo de esta carta es para un posible encuentro dentro de veinte años, para conocerte, para aclarar ciertas dudas y poder descubrir cuanto cambiamos.  Espero verte. Estaré sentado en el mástil de nuestra plaza favorita. Por motivos de ignorar tus obligaciones y horarios tengo pensado esperarte a las nueve de la mañana y a las diez de la noche. Saluda Atentamente, Emanuel.” La guardé en mi billetera y esperé, como quien espera una novia en una esquina planeando cada frase utilizada en el momento del encuentro.
A las nueve de la mañana estaba allí, sentado en el mástil. Muchos preguntaran porque no esperé veinte años. La respuesta es sencilla, o no tanto. Según las leyes físicas, y de esto se bastante, para que un encuentro sea posible es necesario dos personas, o móviles o lo que sea. En mi caso era necesario que me presente yo mismo, hoy, conmigo dentro de veinte años. Por lo consiguiente yo tenía que ir en los horarios acordados. Si o si. Y esperarme a mi mismo (al yo de veinte años mayor). Otra condición es estar en el mismo lugar y al mismo tiempo. Lamentablemente, el lugar lo compartíamos, pero el tiempo era imposible. Por suerte considero al tiempo como una forma de medir ciertas cosas y no como algo arbitrario. Una película de tres horas es una eternidad y según Carlos Gardel “Veinte años no es nada”. Sin duda el tiempo es una sensación, y cuando alguien desea algo realmente, ni el  tiempo puede hacer algo para evitarlo. Al cabo de tres horas de esperar decidí abandonar el punto de reunión y fui a mi casa intranquilo a continuar con mis tareas. Las dudas deambulaban por mi cabeza. “¿Acaso me confundí y no es posible violar las leyes del tiempo?” “¿Puede ser el tiempo algo tangible?” “O peor, Tal vez dentro de veinte años me haya olvidado de mi mismo, o no tenga respuestas para darme, o el mástil de la plaza favorita ya no sea el mismo mástil, ni la misma plaza”. Decidí tranquilizarme pensando que simplemente no podía presentarse al horario acordado .Por lo tanto solo me quedaba esperarlo de noche.

A las diez menos diez estaba sentado en el mástil, la plaza era un desierto, extraño por cierto. A lo lejos pude vislumbrar una presencia de contextura robusta y de escasa altura. Me emocioné un poco. Pocos hombres no superamos el metro setenta, por lo tanto las posibilidades estaban intactas. El caballero se acercó a mí. Dude un instante. Las luces tenues de la plaza me dejaban ver a un hombre, parado frente a mi, estático y en silencio. Su cabello era prolijo, negro con algunos hilos de plata. La cara estaba tan desnuda al no haber un pelo facial que no sabía determinar si era o no mi cara, su barriga mostraba falta de ejercicio y exceso de comida basura, unos lentes no me permitían ver sus ojos para compararlos con los míos. Solo lo miraba sorprendido y en silencio, fue entonces que un rato mas tarde sonrió. Vi como sus labios formaban una estúpida y horrible sonrisa de costado, igual que la mía. También observe aquellas manchas en los pómulos y entre las cejas, producto de una maldita alergia al sol. Le sonreí con timidez y agache la mirada. Ninguno de los dos estábamos sorprendidos de haber burlado al tiempo. Algo nos decía que no era una hazaña, como adivinando el caballero me dijo: “El Hombrecito del azulejo hizo algo por lo cual sentirse orgulloso, Burlar a la muerte es mas digno”. Se sentó a mi lado y me ofreció un parisiennes. Acepté gustoso, y le pedí fuego. No tenía. Saque mi billetera y agarre algunos fósforos que guardo ahí, y un pedazo de la parte lateral de la caja con la cual se encienden (siempre quise saber como se llama eso). El hombre rió, y murmuro “El sistema de emergencia, no puede faltar”. Sin duda era yo, la voz era familiar, solo un poco más triste y lenta. Finalmente nos soltamos y hablamos de varias cosas. De nuestro hijo, de responsabilidades, de literatura, de política, de futbol, de una muchacha porteña de belleza infinita, de ética y de otras mujeres casi olvidadas. Nos planteamos de la posibilidad de poder vivir mas de una oportunidad, si era posible que a la hora de elegir un camino en la vida, las personas podía fragmentarse y tomar ambos caminos, y que la muerte no sea mas que fragmentos de una persona. Como un vaso que se destruye contra el suelo.
Ya entrada la conversación y con cierta confianza pude confirmar esa teoría. Ese hombre no era más que un fragmento de mi persona y pocas cosas podíamos compartir. Tal vez tenia algunas respuestas, pero si de algo estaba seguro era que ya no las quería escuchar y el tampoco deseaba dármelas. Todo se transformaba en una vulgaridad llena de chistes triviales y de historias trilladas, finalmente acordamos en nunca más volver a encontrarnos. Se despidió diciendo que tenia que visitar a su mejor amigo, me sonrió confirmando que la verdadera amistad sobrevivía al tiempo y fue suficiente para saber que nunca iba a quedarme solo. Para despejar cierta duda agrego: “Tal vez tenga algún nuevo libro del que hablar, o algún disco de rock progresivo que escuchar. Seguro terminamos hablando de futbol”. Antes de marcharse nos miramos a los ojos, mi futuro y yo, y evocamos a un pasado que creíamos ausente. Descubrimos un niño en nuestras miradas y por un rato nos pareció verlo, jugando a las bolitas, con las rodillas llenas de tierra y las mejillas rojas de sol. No nos saludamos ni con la mano ni con un beso; Solo un adiós distante. Teníamos miedo de tener contacto físico por ignorar si alguno de dos no era real. El hombre se marcho con paso chueco y sollozando, igual que yo. El por la persona que una vez fue, yo por la persona en la que me voy a convertir.







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