martes, 4 de marzo de 2014

Cuadriláteros


Susana estaba contenta, había terminado de limpiar el living en un tiempo record y se dio el lujo de ordenar el estante de recuerdos de todas las vacaciones familiares que tuvieron. Los catalogó por continente y, al tocarlos, le llegaba a su mente el momento maravilloso en el cual los compraba. Es así que la vasijita de barro de Machu Picchu,  la réplica a escala de la pirámide Maya y el encendedor con el clásico “I love NY” formaban un conjunto, mientras que los pequeños colectivos rojos de Londres, el cenicero de la Torre Eiffel y el pequeño gladiador romano, formaban el otro. Satisfecha y fatigada del viaje imaginario, miró el reloj y se propuso a disfrutar el tiempo que restaba hasta la llegada del marido del trabajo y de los niños del colegio. Puso las rodajas de pan lactal en la tostadora, lleno la pava eléctrica y la activó. La idea era tomar algunos mates, comer tostadas, mirar algo de televisión y charlar con sus amigas por mensajes de celular.

Se darán cuenta que Susana era un ser bastante básico. Sin un gramo de maldad, es cierto. Pero básica en fin.  Su máxima ambición era ser la persona idónea en la logística y la planificación familiar, y realmente le ponía empeño a ello. No había un día que no le prepare el desayuno a su marido antes de irse a trabajar, no había un día que el living no reluciera, no existía un fin de semana que no proponga pasear y distenderse todos juntos. Era realmente efectiva y obsesiva. El mundo en el cual ella desea vivir era simétrico y, el exterior, la confundía y le causaba cierto miedo. Sabía de la existencia de gente con hambre, que la inseguridad es un estado latente, que los precios aumentaban, que el transporte público funcionaba mal y que el dólar subía y subía. Pero todo aquello le resultaba caótico, y no encontraba una lógica inmediata a la situación. Ella prefería alejarse. No dar ninguna opinión, no fanatizarse con nada, ni difamar a nadie. Ella permanecía en silencio, en la seguridad del encierro voluntario  de la baldosa que pisaba. Claro que de todos modos se mantenía informada. Cuando se juntaba con sus amigas no solo hablaban del último escándalo  farandulero, tarde o temprano se debatía alguna medida del gobierno, del pronóstico del tiempo o algún evento cultural o deportivo. La forma de conectarse con el mundo era dejar de mirar la baldosa cuadrada y enfrentarse y nutrirse de otro cuadrado: la televisión; que, normalmente, funcionaba de radio, pero que ese día podía prestar atención ya que no quedaba quehacer alguno.
Miró el noticiero y se puso en contacto con aquel mundo caótico e incomprensible: un choque en Panamericana,  el nacimiento de cuatrillizos en el interior, la demora de los trenes, un paro docente e inseguridad. Mucha inseguridad. Por todos los rincones de la ciudad. De Puerto Madero a Liniers, de Núñez a Villa Riachuelo. No solo robaban, sino que descargaban violencia sobre las víctimas, en ocasiones, hasta llegar a la muerte. Algunos caminaban por la calle, otros esperaban en la puerta de los cajeros, otros se movían en motos, otros irrumpían en las casas. ¿Cómo podía asimilar o explicar una situación así? ¿Qué cosas, o eventos, vivió esta persona como para que su conciencia no haya asimilado que un comportamiento delictivo no solo es ilegal, sino que también inmoral? El mundo era realmente peligroso, confuso y terrorífico. Intentó ponerse en los zapatos del delincuente, pensó en la primera vez que robó. Seguramente un robo menor. Seguramente sintió culpa, sabía que estaba atentando contra una persona, pero al ver un sistema permisivo donde las autoridades son corruptas, la sociedad no se compromete y la justicia no determina satisfactoriamente una condena, le permitió repetir el delito la cantidad de veces suficiente, hasta que la aceptación tomó este acto como algo natural y no culposo. El mismo sistema permitía que el delincuente tome esta acción como un trabajo más, así como permitía la herejía del ateísmo y la homosexualidad como algo natural. Sin duda, su formación cuadrada, simétrica y unilateral no le permitía ver a aquellas personas como víctimas de un mundo caótico, sino como oportunistas de las hendijas donde la maquinaria presentaba algunos puntos ciegos.
Susana se estremeció y saltó de su sillón al escuchar un golpe en la pared que tenía a sus espaldas. Sonrió e intentó tranquilizarse. Sin duda el vecino estaba moviendo algún mueble. Apoyó débilmente la mano sobre su pecho y lentamente se acercó a la pared para volver a sentarse y en ese momento fue cuando escuchó un segundo golpe. La sangre se le heló. Apagó el televisor y apoyó su oreja contra la pared, aquel inmenso cuadrilátero blanco. No escuchaba nada hasta que, de un momento a otro, los golpes empezaron a ser constantes y más intensos. El miedo la empujó hacia atrás haciéndola caer al piso y esbozar un grito. Sonrió y para tranquilizarse supuso que el vecino estaba colgando un cuadro, o colocando una repisa. Pero los golpes continuaban, cada vez más intensos, cada vez más constantes.  Ya no había forma de controlar su miedo que la dominó completamente. Sin duda algo pasaba. ¡Un boquete! ¡Claro! ¡Un boquete lo explicaba todo! ¡Querían tirar la pared y entrar a la casa! ¡Robar todas sus cosas! ¿Quién sabe qué clase de hombres eran separados por ese cuadrilátero? ¡Quizás tenían armas y estaban dispuestos a golpearla, o a violarla, o a matarla para asegurarse que no vaya a hacer la denuncia a la policía!
Susana se alejó de la  pared sin quitarle los ojos de encima, intentó llamar por el celular a su marido pero atendía el contestador. Intentó otra vez, y lo mismo. Intentó una vez más y tampoco pudo comunicarse. Sus ojos se llenaron de lágrimas y rápidamente tomó las llaves para huir. Atravesó la puerta, aquel último cuadrilátero rectangular y salió para encontrarse con una vereda desierta. Corrió hasta la esquina gritando por ayuda con una voz carrasposa por el miedo. Nadie salió a su encuentro. Se arrodilló y apoyó su rostro en sus piernas y su llanto fue opacado por el volumen de los televisores vecinos, como un susurro en el caos metropolitano.  

5 Laberintos Intangibles: Cuadriláteros Susana estaba contenta, había terminado de limpiar el living en un tiempo record y se dio el lujo de ordenar el estante de recuerdos de...

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