martes, 18 de marzo de 2014

Disfraces




Los disfraces suelen tener un encanto estético, de tan alta excelencia que de ella se desprende una personalidad propia la cual se le es impuesta al portador. Bruno Díaz es incapaz de lastimar a una persona o de crear un juicio a los males sociales. Es un hombre, más bien, de esos que observa otros estratos sociales de reojo, con desconfianza y miedo. Sin embargo, al vestirse de murciélago, aquella imagen sombría y justiciera como es Batman lo condiciona a comportarse de un modo completamente distinto. De hecho, sin aquel disfraz de estética seductora, Bruno Díaz sería un caballero aristócrata incapaz de pensar en los débiles o interferir activamente en los comportamientos de ciertos criminales comunes.
De este modo, con un preámbulo simple y exagerado, puedo continuar ahondando en el concepto. Todo disfraz refleja más bien la capacidad de establecer bases propias con un estado de conciencia y despojarnos temporalmente (mientras usemos el disfraz) de aquellos conceptos, comportamientos e ideas inculcada de forma arbitraria por nuestros progenitores primero, nuestros tutores después y nuestro entorno al que pertenecemos de manera azarosa.  Un ejemplo de esta característica es El Cáscara, que de un modo extraño nació en Moreno, suele ser visto con la camiseta de San Lorenzo viajando en el furgón del Sarmiento hasta Flores tomando cerveza, golpeando las paredes del tren y cantando contra Huracán y Boca. Como si se tratara de una peregrinación religiosa colmada de una pasión injustificada e incondicional. Sin embargo, algunas de sus novias y de sus familiares confirman haber escuchado “Tocata y fuga en re menor” de Bach proviniendo de su habitación.
Sin duda, los disfraces tienen un poder sobre la persona y cuando compartimos demasiado tiempo con alguien, no demora en que aquel individuo nos juzgue y pasemos a ser una persona cuya sinceridad es quebrantable. Y muchas veces el otro no se da cuenta que nosotros también vemos aquel disfraz que monta frente a nosotros. El problema surge cuando alguno no acepta nuestra identidad secreta o nuestro disfraz de superhéroe.
No crecer en éste aspecto nos volverá seres intolerables y perturbadores. Nuestro disfraz también es parte de nosotros y debemos aceptarlo así como aceptamos disfraces ajenos. Al fin y al cabo, vestirse para la ocasión también es disfrazarse y es aceptado por la mayoría de la sociedad. En esta ocasión, quiero concluir pidiendo disculpas y marchándome. Debo quitarme el bombín, el traje de escritor y guardar mis lentes de decoración para vestirme con lo primero que encuentre en el ropero e ir a comprar víveres al supermercado, volver a mi casa, bañarme y vestirme de otro modo: de seductor. Así preparar una velada especial para la mujer que amo y al fin de la noche desnudarme y desnudarla en mi cama. Así no quede disfraz ni prejuicios mientras nos hacemos el amor hasta quedarnos dormidos.


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