domingo, 20 de abril de 2014

Pequeña historia de amor



En esta ocasión, me toca narrar una pequeña historia de amor y cuento con la ayuda del dibujante quien, a través de su lápiz y sus aptitudes para generar sutiles y admirables trazos, dibujará la escena que expondré a continuación.

En principio, diré que la historia transcurre en una plaza o parque, da igual. Lo importante, y lo que se debe dibujar, es un banco en el centro del papel sin demasiado detalle. Sugiero que un simple rectángulo oficie como elemento principal. Por la derecha, entra a la escena un muchacho el cual debe sentarse en el banco: un simple círculo para la cabeza y algunas líneas rectas para su cuerpo y sus extremidades alcanzan. Allí permanece, con la calma como aliada, esperando por la mujer amada que llega por el otro extremo del papel. Seamos dinámicos, señor dibujante, y utilice nuevamente el método “palitos” pero entre su tronco y sus piernas, dibuje un triángulo para graficar una pollera y así diferenciar el género de nuestros protagonistas. Ella se sienta a su lado y sus miradas se cruzan por un largo tiempo para contemplar el uno al otro y en las pupilas ajenas encontrar las herramientas para vencer la timidez. Es cierto que nuestros dibujos no poseen ojos, pero rápidamente, con dos puntos en sus cabezas se soluciona. La timidez intentará atentar contra estas almas predestinadas, pero todos sabemos que esta es incapaz de torcer cualquier destino, es por ello que al no ser suficientes los esporádicos momentos donde las miradas se cruzan, una sonrisa de ella (un semicírculo es suficiente) destruye el lapso muerto, acelerando lo inevitable. El hombre comprende que es su turno de dar un paso, y lentamente toma su mano y entrelaza sus dedos. Haga el favor, señor dibujante, de aplicarles manos y dedos a los protagonistas. También le recomiendo que tome sus lápices de colores, ya que ambos comienzan a descubrir la belleza del cielo celeste, semejante al celeste de las pupilas de ella  y dibuje labios, ya que sigue un eufórico beso que sellará la unión eterna de, hasta entonces, sus solitarias almas. Es en este punto donde necesito dinamismo en los trazo, el hombre acaricia los dorados cabellos de su amada, que se funden con los rayos del sol que logran atravesar las copas de los árboles de aquel parque o plaza. Ella dejándose vencer por la pasión exhala un suspiro que relaja su cuerpo vencido por la gravedad. Para evitar una caída, se sujeta de las solapas del saco del muchacho, quien penetra sus pupilas en las cuales puede observar su rostro y el de ella en las pupilas de su reflejo infinitamente, como un espejo frente a otro. Ambos gozan de aquel instante y deciden perpetuarlo, haciendo de aquel  cielo celeste, de aquellos árboles y de aquel sol algo completamente obsoleto, al punto de desaparecer junto al contexto que se funden en el abismo de lo intangible. Lo veo muy atareado señor dibujante, déjeme ayudarlo alcanzándole la goma así puede borrar todo a excepción del rectángulo que oficia de banco y, por favor, concentre su anonadada mirada en el papel y no en mi persona.  
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