martes, 7 de enero de 2014

Uno de estos días






Dos de abril. Día emblemático. Bajamos del barco y por primera vez en mi vida pisé la Isla Soledad y juro que aquellas playas frías eran fieles a su nombre. La tropa estaba animada, expectante. No teníamos otra idea que recuperar un territorio geográficamente nuestro. Revancha por una guerra perdida aunque todo lo que se veía allí era británico. Caminamos para ingresar a la zona Urbana pero la ausencia de personas me causaba mucha desconfianza. Tanto silencio y quietud me alarmaban. Quizás porque esperaba al poner un pie en la Isla ver algún rostro impregnado de sorpresa y miedo, o tirar algún tiro. Nunca en mi vida había disparado. Al igual que los demás, Solo había golpeado alguna que otra vez en ciertas marchas de militancia cuando quisieron peligrar el gobierno popular. Al grito de “Viva Néstor” o “Con la democracia no se jode.” Miré mi fusil, indignado. Pero al pensar un poco me dije: “Mejor que no disperé. Ni siquiera sé cómo se hace. No sé apuntar, no sé qué tan fuerte será el impacto de un disparo sobre mi cuerpo. Soy demasiado cerebral para disparar. Me quedaría pensando y pensando y demoraría tanto mi disparo que es más probable que me maten a que yo mate un inglesito. Las armas son para personas intelectualmente y moralmente pobre. Es –disparo o no- sin pensar que hay un ser humano delante. Sin pensar en el perdón divino. ¿Será fácil cargar esto? ¿Para qué son estas cosas de acá? ¿Estará puesto el seguro? La puta madre, soy hombre muerto.”
-¡Dale pibe! ¿Qué pasa? ¿Tenés miedo?- Gritó alguien. Me desperté de mis pensamientos y estaba nuevamente en la soledad de la isla Soledad. Rezagado. Como a cincuenta metros de la fila de la retaguardia del pelotón. No dije nada. Al trote, me fui acercando al resto del grupo.
- Dejalo, es un cagón. Este milita en La Cámpora.- dijo otra voz que no pude identificar. Me molestó el comentario. Por ser fuerza militante nueva, siempre fuimos criticados dentro y fuera del peronismo. Me uní a la última fila de soldados. Todos militantes civiles. Asustados y cagados de frio. Delante de todo estaban los verdaderos milicos para darnos valor.
-¡Dejame de romper las bolas! ¡Toda la vida criticando a los milicos, y diciendo: “Las Malvinas son argentinas” y ahora acá! Caminando con un arma, reclutado por las fuerzas armadas. Para colmo llegamos y no hay nadie. Para mí nos están esperando y nos van a hacer mierda.- me susurró un pibe que estaba a mi lado.
- No saben. Ocupamos y esperamos fuerzas más preparadas por si vienen los ingleses.
- Para mí saben. Sino, estarían boludeando por las playas y no hay nadie.
- Hace frio, deben estar en las casas con calefacción.
-Bueno. Imaginate que tenés razón. Ocupamos esta isla. ¿Qué mierda hacemos cuando vengan?
- Vamos a entrenar. Y acordate, nos dijeron que no van a venir.
-¿Ocupamos las Islas y pensás que van a firmar un acuerdo diplomático? Estos no son giles. Son ingleses. Una Islita de mierda que maneja su propia moneda y es más cara que cualquier otra. La tienen clara. Le prometí a mi vieja que volvía. Va a ser la primera vez que no le cumplo una promesa.
- Si no volvemos, seremos héroes.
- Los héroes no pierden, ni son anónimos. No seas boludo. Estoy cagado en las patas apenas llego y vos querés hacerme creer que soy un héroe.
-Estamos llegando. Guardemos silencio.
Ingresamos a Puerto Argentino. Y el silencio que al principio nos resultaba algo normal, se transformó en una amenaza.
-Volvamos. Nos van a hacer mierda. – Dijo mi compañero al oído.
Yo estaba realmente asustado. Caminábamos por las calles angostas y mirábamos las casas esperando una respuesta. Un disparo, el ruido de un televisor, un nene mirando de algún balcón. Algo. Pero cuanto más entrabamos, cuantas más altas eran las edificaciones. Mas silencio encontrábamos.
Entonces, un sonido seco nos atacó desde arriba. Era la persiana de un balcón que se abría. Todos miramos y apuntamos en aquella dirección pero nadie disparó. Hoy lo pienso y me sorprende por momentos. Uno al ser presa del miedo intenta defenderse de cualquier modo, pero seguramente ninguno de nosotros sabía disparar. Otros balcones acompañaron al primero y se abrieron. Nosotros nos miramos sin entender nada. Hasta que de repente, una cascada de aceite caliente cae de un balcón sobre algunos compañeros de la tropa que empezaron a gritar y agonizar.
-          ¡Hijos de puta! ¡Disparen!
Asustado, corrí a un callejón y fui espectador de una batalla terrorífica. De todos los balcones caía aceite. Y el pelotón, desfragmentado en grupitos, disparaban al aire. Uno se sacó la campera mostrando una remera de Maradona y puteando. Otro lloraba, mirando sus manos rojas y hundiéndolas en la nieve que se acumulaba en el cordón. Los verdaderos milicos, los pocos que había, intentaban organizarnos pero el miedo no nos permitía escuchar indicaciones. Alguien gritó: “Viva Perón, Néstor y Argentina.” Mi cuerpo temblaba. Solo quería llorar pero no podía.

-¡Retirada!- gritó uno de los milicos y sin mirar comencé a correr por donde veníamos. Corrí como nunca y mientras intentaba respirar comenzaron a caer las lágrimas. Cuando encontré el silencio me tiré al suelo y mis manos temblaban. No podía hacer otra cosa que mirarlas y pensar como los ingleses nos echaron con aceite hirviendo, y lo irónica que es la historia.
5 Laberintos Intangibles: Uno de estos días Dos de abril. Día emblemático. Bajamos del barco y por primera vez en mi vida pisé la Isla Soledad y juro que aquellas playas f...

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