lunes, 20 de enero de 2014

Monólogo en la oscuridad



A la señora que hizo topless como protesta de los cortes de luz. Por su bien, roguemos a Dios y a su apostolado: los medios de comunicación; que se apiaden de su alma y permanezca en el anonimato.


Vacío, oscuridad y silencio. Una ventana por donde entra una luz tenue que nos permite vislumbrar a EL HOMBRE, que está parado mirando por ella.

EL HOMBRE: De plenilunio. La mayor intensidad de luz que puede ofrecernos la noche. Apenas se vislumbran los contornos de los muebles del departamento. Apenas se puede deambular sin tropezar  y caer. Caer. Quince días sin luz. Sin aparato que distraiga. Solo frente a mí. Descubriéndome. Quince días descubriendo mi imagen y cayendo. Cayendo ante mí. Desfragmentándome de ira, dolor y soledad. Quince días intentando encontrar pieza por pieza para reconstruir mi alma. Pero siempre quedo incompleto. Siempre me faltan piezas que no puedo encontrar. ¡Es que está tan oscuro! Mi única aliada, mi única compañera en las noches de  silencio y quietud es la luna. Hoy, esparciendo toda su luz. Luz tenue de plenilunio.  Inútil como para ayudarme a encontrar los pedazos de mi alma que se perdieron en el parquet  al caer. Mi compañera que no es más que un frágil reemplazo solar.
(Ruidos de cacerolas)
¡Al fin ruido! No es música. No es ninguna manifestación artística o que valga la pena. Pero al menos es ruido.  Ruido que oculta el sonido de mi respiración fatigada que marca de mi tiempo el compás. Aquel  segundero que perturba y nos acerca a la muerte. Ruido que oculta las voces que son como alfileres en mis sienes.  Quizás las protestas de los manifestantes son para ocultar sus voces: sus pérfidas conciencias colmadas de culpa. El constante silencio, la oscuridad y el calor abrasador de este verano, también los enfrentó ante ellos mismos. Despertó aquella parte de sus almas que los lleva a un estado de naturaleza al caer frente a la falta de electricidad. Esa electricidad que enciende aires acondicionados, televisores, computadoras, celulares. Despertándose, dejando de ver las sombras en la caverna. Notando que todo era una ilusión y que lo único que existe en derredor es soledad.  
                Ellos, con sus cacerolas, quizás sean más ineptos. Puedo acusarlos de marionetas. Hoy les falta un hilo y protestan porque quieren volver a ser atados de todas las extremidades a liberarse completamente de los nudos superficiales y comerciales que impone  una sociedad consumista. Pero al menos, como todo ser humano, demuestran su inconformidad con violencia y lucha. Y yo, aquí, estancado. Dispuesto a soportar la tristeza extrema por quince días más si así lo quiere el destino. Al fin y al cabo, ¿qué vale más? ¿Una tristeza pura, un dolor intenso, un llanto prolongado o una felicidad insulsa, que guía nuestro rumbo a capricho de un sistema esclavizador y destructivo?
Quizás mañana vuelva la electricidad. Pero mientras todos tengan luz en sus casas, mi cuarto permanecerá oscuro. Mientras los niños rían al ver sus dibujos animados, yo seguiré buscando eternamente mi sonrisa perdida en el parquet. Mientras los enamorados duermen en sus habitaciones con el aire acondicionado prendido, mis sábanas seguirán vacías, y el infierno de la soledad quemará cada uno de mis huesos. Quizás un día ocurra un evento capaz de darme fuerzas; capaz de crear todos mis pensamientos en acción y en ese momento buscaré otros aliados (guiado por la noche, por la luna). Reclutaré hombres sensibles, cansados, tristes y derrotados. Ese día saldremos a cortar la Avenida Corrientes y golpearemos nuestras cacerolas exigiendo luz en nuestras almas. Seguramente seremos pocos. No más de diez. Pero nos van a escuchar, como lo hacen con estos ocho conformistas.


                
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